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Análisis y crítica sobre el artículo "Subvenciones, maestros y psicopedagilipollas" de Arturo Pérez - Reverte

Antes de empezar el análisis y la crítica creo que debemos partir del artículo, así que lo expongo a continuación, y después intentaré aportar mi particular visión. Ya se que han pasado muchos días desde que salió, pero creo que es un tema interesante que merece atención.

Me sigue sorprendiendo que se sorprendan. O que hagan tanto paripé, cuando en realidad no les importa en absoluto. Ni a unos, ni a otros. Y eso que todo viene seguido, como las olas y las morcillas. La última –estudio internacional sobre alumnos de Primaria, o como se llame ahora– es que el número de alumnos españoles de diez años con falta de comprensión lectora se acerca al 30 por ciento. Dicho en parla normal: uno de cada tres críos no entiende un carajo de lo que lee. Y a los 18 años, dos de cada tres. Eso significa que, más o menos en la misma proporción, los zagales terminan sus estudios sin saber leer ni escribir correctamente. Las deliciosas criaturas, o sea. El báculo de nuestra vejez.

Pero tranquilos. La Junta de Andalucía toma cartas en el asunto. Fiel a la tradicional política, tan española, de subvenciones, ayudas y compras de voto, y además le regalo a usted la Chochona, la manta Paduana y el paquete de cuchillas de afeitar para el caballero, a los maestros de allí que «se comprometan a la mejora de resultados» les van a dar siete mil euros uno encima de otro. Lo que demuestra que son ellos quienes tienen la culpa: ni la Logse, ni la falta de autoridad que esa ley les arrebató, ni la añeja estupidez analfabeta de tanto delincuente psicopedagógico y psicopedagocrático, inquilino habitual, gobierne quien gobierne, del ministerio de Educación. Los malos de la película son, como sospechábamos, los infames maestros. Así que, oigan. A motivarlos, para que espabilen. Que la pretendida mejora de resultados acabe en aprobados a mansalva para trincar como sea los euros prometidos –una tentación evidente–, no se especifica, aunque se supone. Lo importante es que las estadísticas del desastre escolar se desplacen hacia otras latitudes. Y los sindicatos, claro, apoyan la iniciativa. Consideren si no la van a apoyar: ya han conseguido que a sus liberados, que llevan años sin pisar un aula, les prometan los siete mil de forma automática, por la cara. Y más ahora que, de aquí a tres años, con los nuevos planes de la puta que nos parió, un profesor de instituto ya no tendrá que saber lengua, ni historia, ni matemáticas. Le bastará con saber cómo se enseñan lengua, historia y matemáticas. Y más si curra en España: el único país del mundo donde los profesores de griego o latín enseñan inglés.

Así, felices de habernos conocido, seguimos galopando alegremente, toctoc, tocotoc, hacia la nada absoluta. Todavía hay tontos del ciruelo –y tontas del frutal que corresponda– sosteniendo imperturbables que leer en clase en voz alta no es pedagógico. Que ni siquiera leer lo es; ya que, según tales capullos, dedicar demasiado tiempo a la lectura antes de los 14 años hace que los chicos se aíslen del grupo y descuiden las actividades comunes y el buen rollito. Y eso de ir por libre en el cole es mentar la bicha; te convierte en pasto de psicólogos, psicoterapeutas y psicoterapeutos. Cada pequeño cabrón que prefiere leer en su rincón a interactuar adecuadamente en la actividad plástico-formativo-solidaria de su entorno circunflejo, por ejemplo, torpedea que el día de mañana tengamos ciudadanos aborregados, acríticos, ejemplarmente receptivos a la demagogia barata, que es lo que se busca. Mejor un bobo votando según le llenen el pesebre, que un resabiado culto que lo mismo se cisca en tus muertos y vete tú a saber.

El otro día tomé un café con mi compadre Pepe Perona –«Café, tabaco y silencio, hoy prohibidos», gruñía–, que pese a ser catedrático de Lengua Española exige que lo llamen maestro de Gramática. Le hablé de cuando, en el cole, nos disponían alrededor del aula para leer en voz alta el Quijote y otros textos, pasando a los primeros puestos quienes mejor leían. «¿Primeros puestos? –respingó mi amigo–. Ahora, ni se te ocurra. Cualquier competencia escolar traumatiza. Es como dejar que los niños varones jueguen con pistolas y no con cocinitas o Nancys. Te convierte en xenófobo, machista, asesino en serie y cosas así». Luego me ilustró con algunas experiencias personales: una universitaria que lee siguiendo con el dedo las líneas del texto, otro que mueve los labios y la cabeza casi deletreando palabras… «El próximo curso –concluyó– voy a empezar mis clases universitarias con un dictado: Una tarde parda y fría de invierno. Punto. Los colegiales estudian. Punto. Monotonía de lluvia tras los cristales. Después, tras corregir las faltas de ortografía, mandaré escribir cien veces: Analfabeto se escribe sin hache; y luego, lectura en voz alta: En un lugar de la Mancha, etcétera». Lo miré, divertido. «¿Lo sabe tu rector?». Asintió el maestro de Gramática. «¿Y qué dice al respecto?». Sonreía mi amigo, malévolo y feliz, encantado con la idea; y pensé que así debió de sonreír Sansón entre los filisteos. «Dice que me van a crucificar.»

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He etiquetado esta entrada en el tema Psicopedagogía, pero la etiqueta de educación sería más adecuada porque la referencia a Psicopedagogía solo implica una parte de la misma, pero debido a mi implicación en ese campo les rindo mi pequeño homenaje.

Sin más demora sigo con mi análisis, me llama la atención lo que se esconde tras esa falta de tacto del autor, las ideas sin polémica, como por ejemplo: La falta de comprensión lectora en un alto porcentaje de los alumnos, eso es un hecho. El autor hace una crítica de un hecho preocupante y por ese lado creo que se deberían buscar soluciones, hacer aportaciones, supongo que no digo nada nuevo, pero que a veces tampoco está demás decirlo.

Luego hace referencia al cuerpo de maestros de Andalucía y su forma de solucionar las cosas, me llama la atención que eche la culpa a los maestros, tal vez tengan parte de culpa debido a su responsabilidad, pero no me parece justo decir que son los culpables de todo, pues hay de todo en todos lados, es como si un médico que hace 200 operaciones a corazón abierto tiene 2 bajas, sería justo echarle toda la culpa... no lo creo... Creo que los maestros son una parte fundamental en la educación de los alumnos, si bien, otra parte relevante es la propia administración y la educación del entorno, generalmente la familia.

La alusión a los psicopedagogos parece infundada, de esa alusión se desprende que los psicopedagogos no sirven para nada, que sólo están ahí como parásitos que chupan del frasco. Como defendí hoy ante un profesor de universidad y delante de los compañeros, no se puede generalizar de tal manera, no todos los psicopedagogos serán formidables, pero tampoco todos no harán nada, su labor tal vez no se vea, pero existe, y además de las funciones que les corresponde como especialistas en su campo, pueden hacer otras funciones importantes como nexo de unión, integrador en su lugar de trabajo, esto último lo pude corroborar tras una visita práctica a un colegio con un profesional dedicado a la psicopedagogía y respaldado por sus compañeros maestros. Los psicopedagogos entre otras cosas cubren las demandas de auxilio tanto de maestros como de padres a nivel de orientación, e incluso a veces a nivel de preocupación ante una patología, anomalía, alteración, etc.

Estoy de acuerdo en que hay que formar gente capaz de pensar por si mism@s, creo que esa es la base de una buena educación, aunque a veces la política quiera impedir ese tipo de aprendizaje en pro de tener a "ciudadanos" comprometidos con un determinado gobierno.

Este pequeño análisis y divulgación es mi pequeña contribución, espero que constructiva. Saludos.

 

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